6 de enero de 2011

Decrecentismo y lenguaje del mestizaje (1)

Nos encontramos en la “fase semántica” de la propuesta decrecentista. Fase colectiva de creación, depuración y difusión de conceptos que sean capaces de ensamblar este lenguaje del mestizaje sociopolítico con las prácticas de los actores. Hay que comenzar a hablarlo para nombrar las ausencias, reprimidas, y las emergencias, soñadas (B. de Sousa Santos). Fase también de interpretación y de imaginación sin más restricciones que las posibilidades de los deseos expresados por la palabra de los distintos.

Esbozamos aquí las tareas y funciones que, a nuestro juicio, debería asumir el emergente movimiento por el decrecimiento para encontrar su lugar dentro del proceso de reinvención de las prácticas emancipadoras. Creemos que la identidad decrecentista en la actualidad puede organizarse a partir de seis funciones principales, todas ellas muy relacionadas entre sí, a saber: función de develamiento, función de comunicación, función cartográfica, función de traducción, función de innovación y función catalizadora. Situaremos este esbozo en el contexto de la crisis de la palabra emancipatoria, de su naufragio en las aguas de la historia.

Naufragio

Venimos de un naufragio: el de los proyectos de emancipación, mucho más fracasados que derrotados, a lo largo del siglo veinte. Naufragio histórico, político, económico, cultural y anímico. Como escribimos en otro texto “todas las izquierdas, todas, quedaron tocadas por el desastre del llamado socialismo real. Ni la comunista, ni la socialdemócrata ni toda la flora y fauna troskista, maoísta o anarquista y sus combinaciones pudieron salvar los muebles del incendio. La comunista se hizo socialdemócrata. La socialista se hizo social liberal o, lisa y llanamente y sin vergüenzas, liberal. Y, en la llamada extrema izquierda, algunos se fueron para la casa, los más, y otros, los menos, iniciaron una loable pero larga travesía por el desierto. En el intertanto, los ecologistas han emergido y se han vuelto a sumergir sin poder asumir el liderazgo de aquello que se ha llamado izquierda social, mientras que los altermundialistas han pataleado en cuanto foro mundial se les ha puesto a su alcance”. En medio del repliegue, desde hace más de una década los neozapatistas son unos de los pocos que han abocetado con imaginación un programa de transformaciones razonable y utópico y viceversa.

Lenguaje

El movimiento por el decrecimiento surge de esas cenizas, de esos lodos y de esas esperanzas. Con el reloj de la historia acelerado, la tarea que tiene por delante es gigante y con muchos frentes abiertos. De todos ellos, uno se revela particularmente crucial: el del lenguaje. Sobado y gastado el lenguaje revolucionario y comprobada su incapacidad para convocar a los nuevos sujetos de las transformaciones, urge la construcción de un lenguaje que defina y critique el desorden y la locura neoliberal desde la imaginación y los deseos colectivos. La palabra decrecentista debe emerger del encuentro entre los conceptos de escritorio y los vocablos de la calle comunitaria en transformación; entre habla de la visión y del habla del deseo.

Desde abajo y a la izquierda (Marcos), las palabras del decrecimiento deberían ser capaces de transformarse en una lingua franca, en una koiné o habla común de intercambio entre los sujetos de las transformaciones. Eso requiere romper la continuidad acústica con los términos gastados y asociados a los fracasos de los socialismos autoritarios del siglo veinte y, sobre todo, vinculados a la vociferante e inútil teoría leninista. Y esa ruptura exige producir nuevos sonidos y nuevos ecos condensados y transportados por la lengua del mestizaje sociopolítico en la que puede constituirse el discurso decrecentista. Esta koiné decrecentista debe aportar resonancias que acompañen a los actores en sus nuevas y viejas prácticas cooperativas, solidarias, comunitarias y políticas. Una lengua franca y una koiné cumplen la función de comunicar las diferencias; porque son diferentes los hablantes requieren una lengua que permita la traducción de sus conceptos y prácticas. Es un lenguaje de frontera construido para atenuarlas. Es el lenguaje de lo “común”, diferente del lenguaje de lo “único”. El primero se construye, desde abajo, a partir de la necesidad y voluntad de permitir que los distintos dialoguen sobre aquello que comparten sin dejar de ser cada uno lo que es. El segundo, se construye, desde arriba, a partir de un proyecto de imposición que busca anular las diferencias e imponer la visión de unos pocos.

Vivimos ahora el reinado del pensamiento, el discurso y las prácticas de “lo único” en su versión neoliberal. Pero los decrecentistas rechazamos “lo único” en todas sus versiones, sea neoliberal, marxista, anarquista, ecologista y, por supuesto, decrecentista.

El decrecentismo no dice nada nuevo y, sin embargo, suena nuevo lo que enuncia. Es una obviedad y una provocación: un inventario de desastres sociales y ecológicos, presentes y futuros y una llamada a la acción. Pero, no podemos quedarnos en la compilación de los efectos de la locura civilizatoria; es necesaria la sintaxis que permita articular el diagnóstico con las prácticas a través del lenguaje del mestizaje sociopolítico que es el decrecentismo, es decir, el lenguaje de “lo común de lo diverso”. (Continúa)

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