9 de marzo de 2012

La innovación y la imaginación como condición del decrecimiento

Entre los tópicos- y son muchos- contenidos en el discurso estándar sobre la innovación se encuentra aquel que señala que la innovación deber ser el  "motor del crecimiento". Nada más lógico y razonable, pero equivocado y parcial. Ni el  crecimiento económico, per se debe ser el objetivo de la economía ni la inteligencia ni la capacidad de innovación social tienen que estar a su servicio.Es posible modificar la actual "servidumbre voluntaria" de la capacidad de innovación a los imperativos productivistas. Non serviam.

El productivismo es una ideología encarnada hoy en el capitalismo cognitivo como antes lo estuvo en el capitalismo industrial. Sus rasgos de identidad son la desmesura y el avasallamiento de la sociedad y la naturaleza. No tiene conciencia de límites ni se sostiene por una ética de la responsabilidad colectiva. Justamente por esa carencia de base debe procurársela ideológicamente mediante adjetivos eufemísticos tales como "verde", "sostenible", "responsable" etc. La simulación y el maquillaje forman parte de su identidad.

Cuando el productivismo apela a la innovación como "motor" del crecimiento quiere significar con eso que necesita de la energía individual y colectiva para producir, cualquier cosa, en cualquier lugar del mundo, bajo cualquier condición laboral o ecológica etc. siempre y cuando al final del proceso aparezcan beneficios para los dueños del capital inicial. Schumpeter a mediados del siglo pasado, siguiendo a Sombart,  describió esta dinámica como "destrucción creativa"  encarnándola en la figura del emprendedor individual. Desde entonces esta idea se repite insistentemente en todos los manuales de innovación. Pero no es muy difícil darse cuenta que de lo que en realidad se trata es de "creatividad destructiva", es decir, la imaginación, la energía, y la creatividad puestas al servicio de destruir lo que ella misma ha creado. Esta doctrina llevada al paroxismo se expresa en la llamada "obsolescencia programada" que quiere decir la planificación del fin de los objetos para posibilitar su sustitución por otros funcionalmente equivalentes pero aparentemente diferentes. Una gran parte de la industria y por lo tanto de nuestro "modo de vida" está basada en la creación artificial de caducidad. Y esto es grave.

Pero la innovación no es un privilegio del productivismo. La innovación  y la difusión de las innovaciones son una posesión común de la especie, un rasgo propio y distintivo. Se puede expresar bajo diversas formas históricas y sociales, no necesariamente relacionadas ni con la economía ni con la tecnología en su sentido tradicional. Hay innovación cuando se crea una red de cooperativas o un mercado social. Hay innovación cuando se diseña una plantación de frutales siguiendo los criterios de la permacultura. Hay innovación cuando se articula una red huertos urbanos. Hay innovación cuando se crea una plataforma online para apoyar el comercio justo y  cuando se diseña un horno solar con desechos metálicos. Hay innovación cuando se crea una banca cooperativa y cuando se pone a punto una estufa rusa de masa térmica. Todos estos son ejemplos de creatividad, imaginación e innovación social, en total sintonía con las propuestas decrecentistas.

El decrecimiento, en tanto alternativa de organización de los vínculos entre los hombres y mujeres entre sí y con la naturaleza necesita, de la innovación social. La imaginación y la innovación constituyen las  condiciones de posibilidad de una sociedad decrecentista. Ésta tiene que ser necesariamente innovadora, no hay otra alternativa. La presencia en un enunciado de los términos innovación y decrecimiento debería ser entendido casi como un pleonasmo.


4 de marzo de 2012

Elogio del catastrofismo

Damas y caballeros, me presento: soy un catastrofista. El catastrofismo en temas medioambientales tiene mala prensa. Se arroja a la cara del interlocutor como sinónimo de exageración, pesimismo y poca confianza en las posibilidades de la tecnología de evitar o al menos atenuar los efectos secundarios o las “externalidades negativas” de nuestro  maravilloso “modo de vida”.

Separemos aguas. Ser catastrofista no significa ser apocalíptico. La noción de Apocalipsis es religiosa. El catastrofismo se basa en las evidencias científicas y en el sentido común, contenidos totalmente ausentes de los enunciados apocalípticos. Un catastrofista es un optimista informado y, por lo tanto, indignado. Un decrecentista también.

Repito: soy, junto a muchos otros, un catastrofista. Y a mucha honra, aunque,  a veces, serlo me quita el sueño. El catastrofismo actual es casi lo inverso de aquella teoría geológica dominante en Europa en los siglos dieciocho y diecinueve que afirmaba que la tierra se formó súbitamente y de forma precisamente “catastrófica”. El catastrofismo actual, con fundamentos más biológicos que geológicos, afirma que las pruebas científicas disponibles apuntan hacia una desaparición más o menos repentina de muchos de los fundamentos de la vida en este planeta. Afirmamos que nos enfrentamos ahora a una reducción drástica de las probabilidades de continuación de las formas biológicas, como consecuencia de la intervención destructiva de una de las maneras posibles de organización de la vida colectiva de las sociedades humanas sobre la tierra: el productivismo.

Este productivismo, expresado a lo largo del siglo veinte como capitalismo industrial o como socialismo de Estado, produjo el mayor daño ambiental conocido y ha dejado a los habitantes de este planeta, a todos, no sólo a los humanos, al borde del desastre. El catastrofismo no confunde los efectos antropogénicos con los efectos de las formas políticas, culturales y económicas de organización del animal humano. No es éste en sí mismo el dañino sino las formas contingentes de organización de su vida colectiva en medio de una biosfera finita. La historia medioambiental del siglo veinte muestra los antecedentes de la catástrofe previsible. “En el siglo veinte se cuadruplicó la población del mundo y su economía se multiplicó por 14, mientras que el consumo energético aumentó 16 veces y el factor de expansión de la producción industrial fue  de 40. Pero las emisiones de dióxido de carbono fueron 13 ves superiores y el consumo de agua se multiplicó por cuatro”  “Es evidente que no mantendremos durante mucho tiempo el ritmo del siglo veinte” (John R. Mc Nelly).

Los catastrofistas pensamos que existen posibilidades de enmendar el rumbo modificando tanto el imaginario productivista como las formas sociales de organización del trabajo, distribución de la riqueza y de relación con la naturaleza. Existen posibilidades culturales, tecnológicas y políticas pero, desgraciadamente, desconocemos sus probabilidades de éxito. A lo mejor los botones de la catástrofe ya han sido tocados. El catastrofismo, transformado en acción y voluntad política, forma parte de la razón decrecentista que trabaja en el estrecho margen que existe entre las posibilidades y las probabilidades de supervivencia.