30 de abril de 2010

Cambio de rumbo e imaginación decrecentista


Nada más y nada menos. De lo que se trata es de cambiar el rumbo seguido hasta ahora por las sociedades humanas a partir de la bifurcación y la correspondiente opción productivista aparecida con el capitalismo industrial a mediados del siglo diecinueve. Esta opción productivista llegó al paroxismo en el siglo veinte, lejos el más destructor de todos, si no tomamos en cuenta al actual. Eso, si éste siglo que comienza llega a finalizar y no acaba inconcluso y catastróficamente como advierte el escenario más probable.

El cambio de rumbo es una necesidad y una posibilidad pero los dados de la historia están cargados y para mal. Sabemos lo que hay que hacer para lograr un bien vivir auténtico y no el sucedáneo consumista actual, pero la máquina termo-industrial es enorme y a su funcionamiento perverso contribuyen sus propias víctimas. No obstante, hay que seguir apostando por la posibilidad más débil, jugándoselo todo en el empeño.

El decrecentismo no es una doctrina de salvación derivada de una profecía apocalíptica. El derrumbe, decimos, no será una consecuencia de castigos divinos: lo será de la estupidez, la avidez, la insensatez y el deseo de poder de grupos sociales concretos, en la actualidad con nombre, apellidos y número de identificación fiscal conocidos. El derrumbe civilizatorio no viene incluido en los genes de la especie sino que es el resultado de las opciones que en cada momento tomaron los que tenían las riendas del carro de la historia. Y el conjunto de esas elecciones nos ha conducido hasta aquí: al límite definitivo, a la frontera final con la biosfera a la cual pertenecemos y nos debemos.

No hay profecía apocalíptica, entonces, sino un diagnóstico descarnado que no puede ofrecer salvación sino orientaciones para una lucha de largo aliento que implicará tanto enfrentamientos directos y estrategias de contrapoder como procesos sociales de desconexión o “deserción masiva” de los modelos de conducta dominantes (Paolo Cacciari). La elección de unos caminos u otros por parte de los objetores del crecimiento dependerá de sus particulares condiciones subjetivas, éticas, culturales y políticas. El decrecentismo no prescribe unos modos u otros para ejercitar la decencia y la voluntad de cambio de rumbo. No es una apuesta por la salvación de algunos, sino por los derechos de las mayorías y minorías, sociales y biológicas, que viven en este planeta.

La imaginación decrecentista es el requisito para el cambio de rumbo. Significa la prefiguración del mundo deseado y de las formas de llegar a él explorando otros caminos en las bifurcaciones de la historia. El decrecentismo no delega en vanguardias supuestamente esclarecidas la concepción y el diseño de las formas convivenciales sino que promueve el derecho a la imaginación en todo el cuerpo social. Imaginar es un ejercicio de libertad que sostiene los proyectos de decrecimiento que promovemos. Imaginar es también un ejercicio de contrapoder. Y el campo de la imaginación decrecentista es inmenso, total, infinito, sin más límites que los que la propia energía creativa colectiva se imponga a sí misma. La imaginación y la inventiva participativa es el fundamento de las prácticas por el decrecimiento.

En Decrecimiento Madrid estamos explorando esa imaginación decrecentista realizando talleres internos para ayudar a configurar los proyectos comunes que sostienen nuestro hacer (Talleres de Imaginación Decrecentista). Se trata de recuperar el deseo colectivo a partir de la explicitación de los deseos individuales, bajo una lógica y una ética de construir “lo común de lo diverso” mediante procesos dialógicos abiertos. En eso estamos.


Artículo publicado originalmente en Decrecimiento.info