27 de mayo de 2012

Gerundios perversos


La lengua inglesa gusta de los gerundios para describir actividades humanas. Los hay positivos o muy positivos (footing) negativos o muy negativos (mobbing ) e, incluso, otros verdaderamente perversos y escalofriantes como el fracking. Este último término, traducido como “fractura hidráulica” designa una práctica industrial y tecnológica que consiste, nada más y nada menos, que inyectar, a alta presión, toneladas de agua, arena y productos químicos hacia las profundidades de la tierra mediante de pozos perforados horizontalmente a distancias de más de dos kilómetros. Esta mezcla presurizada amplía las fracturas existentes en el sustrato rocoso que aprisiona el gas o el petróleo. Estas fisuras se mantienen abiertas con arena permitiendo que estos elementos, cada vez más escasos, emerjan a la superficie donde los esperan para limpiarlos, filtrarlos y extraer de ellos la preciada energía que alimenta la máquina termoindustrial.

Esta práctica,  junto a otras como la extracción de petróleo en arenas bituminosas , se ha hecho cada vez más habitual y necesaria para la industria energética como consecuencia del progresivo agotamiento de los yacimientos fósiles, lo que las lleva a “explotar filones cada vez más pobres y de difícil extracción”, como señalan en la Asamblea Contra la Fractura Hidráulica de Cantabria.

Las consecuencias medioambientales de estas técnicas son pavorosas. Además del elevadísimo consumo de agua, de los compuestos tóxicos, alergénicos, mutagénicos y cancerígenos que se inyectan, entre el 15% y el 80% del fluido recuperado contiene metales pesados y radiactivos. Los peligros de fuga de estanques, evaporación de fluidos y vertidos son evidentes. Todo esto constituye una amenaza real para el aire, los acuíferos y para todas las formas de vida del entorno, incluyendo a las humanas.

Desde el punto de vista tecnológico no cabe duda que es un éxito, un triunfo de la imaginación y la innovación ingenieril. Lo es también desde el punto de vista de la ambición empresarial. Pero es una derrota ecológica y social. Una expresión de voracidad y agresividad sin límites. O más bien una muestra extrema de la actuación productivista sin conciencia de límites y de desprecio por cualquier principio de precaución. Al igual que sucede con la energía nuclear u otras formas tecnológicas agresivas y avasalladoras resulta a la vez, asombroso, desconcertante y triste que ver cómo el ingenio tecnocientífico se dirige con tanta fuerza a la destrucción de las propias condiciones de posibilidad de la biósfera y, por lo tanto, de sí mismo.

Estas prácticas, literalmente de tierra arrasada, son defendidas como ejemplo de solución a la escasez energética: siempre habrá, se nos dice, posibilidades técnicas para darles respuesta. No nos dicen que lo que se destruyó para obtenerla nunca más se podrá recuperar y que, en general, las famosas “externalidades negativas” de esta industria son obscenas y, por supuesto, no incluidas en la contabilidad de los proyectos. El  fracking es una actividad desoladora, que humilla a la naturaleza y la somete a los intereses cortoplacistas de minorías empresariales y tecnocientíficas. El fracking es el enemigo de cualquier idea de racionalidad, convivencialidad y respeto por todos: es una fractura ética.