5 de diciembre de 2009

Serge Latouche


Serge Latouche es alto, delgado, ágil y lleva un bastón. Parece ser también una buena persona. Esto es importante porque para llamar a cambiar la economía, es decir, a cambiar el mundo y sus alrededores, hay que estar loco, ser un dictador megalómano, las dos cosas a la vez o ser una buena persona. Latouche es un tipo razonable que lleva pensando muchos años sobre diversas cosas interesantes, las escribe y convence a mucha gente con argumentos simples, tan simples que parecen triviales. Uno dice: ¡coño, cómo no me había dado cuenta antes¡. Si el crecimiento económico tiene los efectos negativos que tiene lo más razonable es dejar de crecer, no crecer de otra manera. La fuerza de la idea decrecentista es su obviedad paradójica. Muchos hubieran deseado haber acuñado la palabra y desarrollado el concepto antes.

Latouche no utiliza el bastón para caminar: lo emplea para señalar las palabras y gráficos de la presentación en Power Point que apoyan algunos puntos de su exposición. Este catedrático emérito de economía, aunque iconoclasta frente a su propia disciplina, camina perfectamente sin bastón; se apoya más bien en su larga experiencia investigadora y docente con la cual anda por el mundo difundiendo la idea decrecentista. Teníamos que conocerlo personalmente y fuimos a Somosaguas a verle y a oirle a una de sus charlas en su viaje a España. Para quienes lo leemos desde hace ya algún tiempo, fue un placer revivir la experiencia clarificadora de los primeros encuentros con sus escritos. En un momento de crisis de liderazgo el austero Latouche es un buen referente intelectual que, sin estridencias ni protagonismos banales, ha ido trazando un recorrido sistemático por la crítica al productivismo y el bosquejo de los contornos del postdesarrollo.

En la charla traza los rasgos de una política decrecentista resumida en los siguientes diez puntos: 1) reencontrar una huella ecológica sostenible (reducción del 65% en los paises del Norte desarrollado); 2) reducir los transportes; 3) relocalizar las actividades económicas; 4) restaurar la agricultura campesina; 5) transformar las ganancias de productividad en una reducción del tiempo de trabajo; 6) relanzar la producción de bienes relacionales; 7) reducir el gasto de energía en un factor cuatro; 8) limitar la actividad publicitaria; 9) reorientar la investigación tecnocientífica; 10) reapropiarse del dinero y reducir progresivamente el espacio de la banca.

Latouche es una buena persona pero no ingenuo: aunque apuesta por un "decrecimiento sereno", es consciente de las consecuencias que tendría la implantación de tal programa decrecentista. Si se presentara a las elecciones y saliera elegido, fantasea, lo matarían al poco tiempo "como al presidente Allende", dice. Sabe, por lo tanto, que el decrecentismo "no es una moda para intelectuales con culpas", como ironizaba Carlos Taibo, sino una apuesta política con riesgos. Serge Latouche sabe que en la tragedia griega la "catásfrofe"designa la "escritura de la última estrofa", por eso se esfuerza para que no tengamos que escribirla en la tragedia humana.

4 de diciembre de 2009

Bangladesh


El periódico de ayer dice que, según el Banco Mundial, en Bangladesh "20 millones de personas pueden ser desplazadas para 2050 por los efectos del calentamiento global, que dejaría el 17% de su superficie bajo el agua" y que "otros especialistas aseguran que si las peores predicciones se cumplen, hasta 35 millones de bangladesíes perderían sus casas y sus formas de sustento. Se les llama "refugiados climáticos".

Si Ud. vive algunos metros sobre el nivel del mar, digamos a partir de los cuatrocientos o los quinientos, puede dormir, por ahora, tranquilo y despreocuparse del cambio climático. Todavía puede imaginar todo el tiempo del que dispone la tecnología para inventar algo contra el calentamiento global. Mientras tanto, puede seguir consumiendo como lo ha hecho hasta ahora, utilizar el mismo vehículo para desplazarse al trabajo por las mismas carreteras atascadas de todos los días, visitar otra vez el enorme centro comercial de la periferia y engullir lo que engulle siempre.

Pero si vive en Bangladesh (por cierto: ¿sabe Ud. dónde está Bangladesh?), la cosa es un poco más complicada. Tomando en cuenta que una gran parte del territorio del país está al nivel del mar, en algunas zonas le costará pegar ojo temiendo que el mar se le meta por la ventana y arrase por enésima vez con lo poco que ha rescatado de la última inundación o del último ciclón. Pero la sinrazón está en que si viviera allí, su consumo habría sido mínimo, probablemente de susbsistencia, no habría utilizado un todoterreno para ir buscar a sus hijos al colegio, ni habría hecho la compra por Internet esta semana. Es decir, su modo de vida habría tenido poco que ver con los desastres medioambientales que lo acechan. Probablemente sería feliz si no fuera porque, degraciadamente, nació a nivel del mar en una época en la que el nivel del mar está subiendo.

Si Ud. vive a varios metros sobre el nivel de mar pensará que quienes afirman que "el calentamiento lo han creado los países ricos; que Bangladesh, una de las naciones más pobres del mundo sólo aporta el 0,1% de las emisiones de dióxido de carbono mundiales y que cada bangladesí produce 0,3 toneladas por año, a diferencia de las 7,6 de un español o las 20,6 de un estadounidense", son unos catastrofistas. Y que son unos bárbaros amenazantes quienes, como Atiq Rahman, que dirige el Centro de Estudios Avanzados de Bangladesh (BCAS por sus siglas en inglés) afirman que "La gente que está perdiendo sus hogares tiene derecho a irse a los países ricos" añadiendo que va ir personalmente "con varios millones de desplazados hasta países como Holanda y Estados Unidos y ahí exigiremos que les den casa y trabajo: no por caridad, sino por merecida compensación". Si Ud. vive a varios metros sobre el nivel del mar tendrá que comenzar a preocuparse.