19 de marzo de 2011

La soledad del inmolado

Ahora que en el Medio Oriente la demanda democrática se ha extendido de manera imprevisible cuestionando poderes y sentidos comunes, la inmolación de Jan Palach motivada por la represión del movimiento de masas que se denominó posteriormente “primavera de Praga”, merece ser recordada. El llamado “suicidio a lo bonzo”, llamado así desde la inmolación de Thich Quang Duc, monje budista vietnamita en 1963, como gesto religioso y político revivió en Túnez y en Argelia funcionando como chispa que encendió la mecha de las revueltas


El llamado “socialismo real” fue una invención dogmática, mediocre y trágica de la cual poco o nada ha quedado para las generaciones actuales. Un mundo paralelo que pasó por la historia de la humanidad con muchísimas más penas que glorias, manchando y comprometiendo el proyecto utópico del siglo veinte para después entregarse a la restauración capitalista. No fue, sin embargo, un mundo totalmente desierto porque siempre existieron personas y colectivos que pensaron y actuaron a contracorriente de la miseria estalinista. Jan Palach estuvo entre ellos.

Un sacrificio individual, solitario, extremo y brutal que remueve conciencias y estimula a la indignación para que se convierta en movilización colectiva. La mayoría de las veces no lo consiguen y quedan sólo como un incómodo recodatorio a la vez de la impotencia y de valentía de los oprimidos. Probablemente muestran también el límite de la ética política: la soledad del inmolado y su dolor.

17 de marzo de 2011

Requiem por Fukushima

Decía Serge Latouche que "desarollo" es una palabra tóxica. Ahora habría que agregar que "desarrollo a través de la energía nuclear" no es sólo tóxico sino explícita y directamente genocida. Probablemente Fukushima pasará a la historia, si es que logramos tener un poco más de historia, como el primer genocidio transmitido en directo; el primer genocidio tecnológico de lo que nos queda de futuro que, visto lo visto, parece que no es mucho.

El lobby nuclear y el sentido común de los súbditos del sistema intenta desesperadamente reducir lo sucedido a un accidente, a algo eventual, es decir, raro. Su discurso se basa en la poca probabilidad de ocurrencia dada las sofisticadas medidas de seguridad que tienen las centrales nucleares en el mundo y ponen como argumento el hecho de que, en Japón, todas las demás resistieron el terremoto y su posterior ola destructiva. Pero si bien los japones no lo inventaron le pusieron nombre a un fenómeno escaso pero posible: tsunami. Aún así, contruyeron su derrochadora sociedad sobre un territorio movedizo como pocos, confiando en su capacidad de control tecnológico de los fenómenos naturales.

La energía nuclear no forma parte del "curso natural" del desarrollo socioeconómico: como todas, representa decisiones contingentes condicionadas por los intereses de quienes, en cada momento histórico, han tenido la sartén por el mango. La opción no está entre petroleo escaso y energía nuclear "limpia", aunque riesgosa, sino entre una sociedad despilfarradora, contaminante y agresiva y una sociedad austera, respetuosa con el medio ambiente y convivencial. La batalla es contra la fe tecnolfílica oscurece lo que le queda de razón a este bípedo arrogante que ha construido una civilización suicida.