15 de agosto de 2010

Eterna juventud

¿Quién no quiere vivir más años o conseguir la eterna juventud?. Se preguntaba hace algún tiempo el periodista a propósito de las opiniones del biogerontólogo inglés Aubrey de Grey , quien está convencido de que podremos conseguir algún día aumentar la esperanza de vida si se aumenta la inversión en el desarrollo de técnicas biomédicas, aprovechando el conocimiento científico ya existente. Este exótico y barbado científico, presidente y responsable de la Methuselah Foundation (Fundación Matusalén), una organización contra el envejecimiento, y anteriormente científico de la Universidad de Cambridge " trabaja en el desarrollo de estrategias de bioingeniería para reparar la senescencia, es decir, hacer posible la reparación de tejidos dañados para rejuvenecer el cuerpo humano y, al mismo tiempo, aumentar considerablemente la longevidad"

El envejecimiento forma parte del ciclo de la vida y de la muerte. La finitud es el sino de todo lo viviente. Es, al mismo tiempo, una tragedia y una bendición: para que la vida resurja tiene que precederla la muerte. Aquí está la paradoja: la vida necesita morir. De Grey quiere vencer la resistencia de la vida humana a prolongarse. Sabemos que hasta ahora todos los esfuerzos científicos por extender la vida de los seres humanos han fracasado. Se ha logrado aumentar significativamente la esperanza media de vida de las poblaciones humanas pero no la vida humana en términos abosolutos. Aquí vienen entonces De Grey y otros a decirnos que, bioingeniería mediante, esto es posible. El envejecimiento para él es un proceso degenerativo, una desviación, un error que puede y debe ser reparado. Para ello se requieren, por supuesto, fondos, inversiones, recursos humanos y técnicos para que unas minorías puedan extender su vida. La inmoralidad de este proyecto es evidente cuando la esperanza de vida de una parte importante de la población mundial ni siquiera alcanza la esperanza de vida actual que se quiere aumentar en los paises centrales.

Por otra parte, frente a la pregunta sobre la eterna juventud, debemos responder taxativamente: ¡no! No tenemos interés en prolongar nuestra vida individual más allá de lo que hasta ahora nuestra biología ha permitido. Ni creemos que otros tengan el derecho a hacerlo, porque es un objetivo alcanzable, por su alto coste, sólo por minorías. Debemos aceptar el ciclo de la vida y de la muerte y, al mismo tiempo, mejorar las condiciones de vida y muerte de las mayorías. Re-dignificar la vejez, oponerse a la violencia médica cuando quiere prolongar la vida biológica desligada de la vida social y existencial; favorecer que muchas personas puedan tener una vida digna dentro de los actuales temporalidades vitales de la especie. Y, por supuesto, defender el derecho a finalizarla voluntariamente cuando las condiciones biológicas, sociales y exstenciales no satisfagan las expectativas de los individuos. Esto, en nuestra opinión, debería formar parte de la ética decrecentista, benevolente y respetuosa de la naturaleza y sus ciclos.