Trataremos de explicar los, feos, palabros del título. El siglo diecinueve europeo entregó a la humanidad una innovación económica y cultural importante: la ampliación de la esfera del mercado atribuyéndole un rol central en la coordinación de las acciones sociales. Es decir, las "mercantilizó" y, por lo tanto, las entregó a las fuerzas de la oferta y la demanda. Aportó con ello diversidad y dinamismo a las rígidas estructuras económicas precedentes. Pero, su posterior evolución "sobremercantilizó" dichas acciones humanas: situó como referente absoluto al mercado y sometió a casi todos los ámbitos sociales a la lógica del valor de cambio. De este modo, tenemos, entre muchas otras, una cultura, una política, una economía y hasta un ecologismo mercantilizado. Un ecologismo se mercantiliza cuando, por ejemplo, acepta la idea de un mercado de contaminantes (los países ricos compran las "cuotas" de contaminación de los países pobres) o cuando confía a las fuerzas del mercado el desarrollo de energías renovables manteniendo el supuesto de las necesidades humanas ilimitadas.
El decrecentismo, por el contrario, es, en gran medida, una propuesta de "desmercantilización" de las relaciones sociales y de los vínculos de las sociedades con la naturaleza. Supone una apuesta por ampliar los espacios no sometidos a la disciplina del valor de cambio, es decir, una apuesta por la concreción, solidaria, de las relaciones sociales y orgánica con el medio ambiente, frente a la abstracción de los vínculos monetarios. En estos ámbitos, la inventiva decrecentista debe aportar ideas, sueños, pero, sobre todo, proyectos concretos que expresen una lucha contra la expansión ilimitada de la economía mercantil monetarizada.
13 de noviembre de 2009
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