
Todos los años, en primavera, los que apreciamos a los árboles en general y a los urbanos en particular, sufrimos y nos indignamos por las podas salvajes que las subcontratas del Ayuntamiento de Madrid infringen a nuestro patrimonio vegetal. Fuera de época, cuando ya los brotes comienzan a dar nueva forma a las ramas, sin diferenciar entre especies y modificando las configuraciones naturales de las copas, pequeños batallones de podadores, vociferantes, ruidosos y agresivos comienzan su tarea destructiva armados de sus infernales motosierras. El resultado son árboles sobrepodados, enjutos, heridos, debilitados y sin identidad, sometidos a la cirugía amputadora e ignorante de la máquina institucional.
La explicación de estas prácticas está clara. Se trata de cumplir con las exigencias cuantitativas de poda derivadas de los contratos entre esas empresas y el Ayuntamiento. Seguramente les pagan por ejemplares cortados, o por calles o por cualquier otro criterio económico ajeno a los tiempos y a las características de los árboles. Nuevamente, la máquina productivista arrasa con la diferencia y los matices, es decir, con lo vivo. Transforma las podas excepcionales en podas de mantenimiento anuales; las podas de cuidado en talas violentas, por supuesto "creando empleo".
Las podas salvajes son agresiones sistemáticas a la naturaleza, aunque sea la domesticada en las ciudades, y a las personas. Expresan una lógica uniformizadora y autoritaria que merece respuestas políticas.
Ver otras referencias a las podas salvajes y a los tipos y sentido de las podas en general.
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