27 de octubre de 2009

Sapos y decrecimiento

Las autopistas glorifican el desarrollo económico: quieren ser uno de sus símbolos. Su proyecto es la velocidad, la comunicación, la inmediatez. Su promesa es la libertad y la autonomía. Pero las autopistas cercenan la tierra. Son espadas de asfalto que cortan la continuidad de los paisajes y los hábitats. En las autopistas vivimos y, a veces, morimos. Y también matamos. La noticia se titula así: “Mueren cientos de sapos al cruzar una vía para aparearse”. En su viaje de amor los sapos son aplastados por los automóviles ciegos e ignorantes. Pero, en medio de la estupidez, algunas personas enaltecen y dan alguna esperanza ética a la especie humana. Una voluntaria de una asociación conservacionista (GREFA) salva a los anfibios y los pone al otro lado de la barrera. Millones como ella hacen falta. Pero también hace falta abandonar la construcción desbocada de autopistas que no nos llevan a ninguna parte, salvo a un desastre anunciado.

Una imagen posible de una sociedad decrecentista: millones de sapos copulando en las charcas y prados que cubren los restos de las autopistas abandonadas.

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