Entrevista en la radio a Alan García, presidente de Perú, sobre los acuerdo comerciales que ahora se firmarán entre la UE y el Mercosur. Entre otras obviedades, simplificaciones y alabanzas al libre comercio etc. afirma con total naturalidad que "antes" cuando los ricos se enriquecían sólo lo hacían ellos pero que "ahora" también lo hacen los pobres. Pone como ejemplo a su país donde, según él,
"han dejado de ser pobres cerca de cinco millones de personas desde el año 2005 gracias al crecimiento económico". García expresa en retórica política populista burda lo que los economistas expresan en fórmulas y curvas econométricas sofisticadas, ambas falsas y maniqueas.
La famosa "teoría del derrame" o del "chorreo", es decir, la que afirma que las políticas de crecimiento deben preceder a las de distribución porque son la condicion de éstas, ha inundado los discursos y politicas económicas
urbi et orbi en todo este período de hegemonía neoliberal. Teoría a la vez que falsa, inmoral. ¿Hasta dónde deben enriquecerse los ricos? ¿Quien pone los límites a su avidez? ¿Cuanto tiempo deben permanecer los pobres con la nariz pegada en el cristal de los escaparates del despilfarro?
Esta posición, supuestamente progresista, comprada y utilizada por derechas e izquierdas, estas últimas sin sonrojarse, durante más de veinte años, ha servido para postergar cualquier estrategia de reparto de riqueza, en particular en los países de América Latina. Todas las evidencias muestran que las transferencias de riqueza no se han producido en ninguno de los países de la región, incluyendo, por supuesto, el que se supone más existoso: Chile. El famoso "crecimiento con equidad" sólo ha conducido a limitadas políticas asistenciales diseñadas como contrapeso a la barbarie neoliberal, hija de la dictadura y no como un cambio del modelo de acumulación.
La religión del crecimiento, vendida a los subditos como promesa de consumo, como toda religión, es un opiaceo adormecedor cuando llama a tener fe en el reparto de los panes y los peces sin mediación de políticas explícitas de distribución. Entre otras cosas, la religión del crecimiento oculta el hecho de que la riqueza producida en un porcentaje importante no vuelve a la sociedad que la creó, ni siquiera a sus propios empresarios. Una parte muy importante se volatiza en los espacios financieros abstractos, etéreos y tendencialmente impredecibles. Aquí, el dinero se transforma en dinero sin pasar, necesariamente, por el mundo de la producción y cuando lo hace es para estimular las producciones excesivas, superfluas, riesgosas o dañinas desde el punto de vista medioambiental. La debilidad de los capitalismos nacionales frente al capital financiero globalizado nunca ha sido tan brutal.
Nuestra visión como decrecentistas es que las políticas de decrecimiento deben ir juntas con politicas de redistribución, tanto en los paises centrales como en los periféricos. Propugnamos una equidad sin crecimiento. El decrecimiento pone límites a la avidez del capital y, a la vez, expande la apropiación social del trabajo de todos. Apostamos por sociedades autoorganizadas, "desde abajo y a la izquierda", dentro de un proyecto de austeridad. No es cierto que en las sociedades perifericas no puedan aplicarse la exigencia decrecencista de la austeridad común. Con todas las diferencias del caso, en muchas de ellas existen importantes capas sociales con sobreconsumo, despilfarro y ecológicamente destructivas. Esos sectores, algunos de los cuales han incrementado groseramente en estas últimas décadas sus ingresos y beneficios, son candidatos preferentes para una limitación redistributiva.