4 de julio de 2010

Progreso, innovación y decrecimiento


Los discursos hegemónicos sobre la ciencia y la tecnología sitúan a estas prácticas sociales sobre el eje del progreso."A pesar de los constantes retrocesos y sus graves consecuencias, como guerras, dictaduras y catástrofes insuperables el Renacimiento y la Ilustración fueron sin duda etapas decisivas de la historia de la ciencia, del desarrollo de las civilizaciones y de la emancipación de la humanidad de sus ataduras naturales y sociales. Desde entonces, el desarrollo científico nos ha permitido tener una vida larga y grata" (Detlev Ganten, et al. Vida, naturaleza y ciencia).

Como señala Carl Amery (Auschwitz, ¿comienza el siglo XXI?) refiriéndose en particular al nazismo, este discurso concibe a las catástrofes, políticas, económicas, medioambientales etc. como momentos particulares y anómalos dentro de una senda de avance y progreso evidente "a partir de la fórmula, hacia la luz a través de la noche". Lo nuevo siempre supera a lo antiguo; lo moderno a lo tradicional; la tecnología actual a la de hace diez años. "Siempre ha habido y habrá pequeñas crisis de confianza en relación a los adelantos técnicos. Estas crisis forman parte del progreso, igual que la ciencia y la técnica" (Ganten)

La objeción al crecimiento es también una objeción a la ideología del progreso y, en particular, a su vertiente tecnocientífica. Las evidencias muestran, en el largo plazo y en las dimensiones macrosociales, una tendencia de las sociedades productivistas hacia la autodestrución más que el avance hacia la luz. La alta racionalidad en sus procesos parciales esconde una alta irracionalidad sistémica. Y el papel de la tecnociencia aliada con la industria ha sido hasta ahora central. Evidentemente no compartimos la opinión de que "hay motivos más que sobrados para mirar hacia el futuro con optimismo” (ibid.). Creemos más bien que el futuro es un bien escaso y que por este motivo hay que cuidar el presente para aumentar las posibilidades de que no todo termine en desastre.

Los decrecentistas no negamos el potencial positivo de la ciencia y la tecnología. Por el contrario, creemos que este puede ampliarse incluso aún más saliendo de su modelo piramidal y elitista. Creemos que hay un desperdicio de talento y creatividad social que no encuentra vías de expresión en los cauces dominantes. Imaginamos una innovación tecnocientífica basada en la sociodiversidad, horizontal, ampliada y distribuida. Una innovación que sea iniciativa de sujetos sociales hasta ahora ausentes y excluidos, distintos a los mercantiles y militares. Una innovación distanciada de los imperativos del consumo, de la velocidad y de la obsolescencia programada. Al igual que otras iniciativas de cambio, el decrecentismo apuesta por “revelar la diversidad y multiplicidad de las prácticas sociales y hacerlas creíbles por contraposición a la credibilidad exclusivista de las prácticas hegemónicas” (Boaventura de Sousa Santos).

Un programa de transformaciones decrecentistas debería apostar por un modelo de ciencia y tecnología “descalza” vinculada a las comunidades y a sus necesidades. Frente a las ciencias y tecnologías estúpidas y banales, afortunadamente están las tecnologías verdaderamente importantes para el bienestar común. Tecnologías humildes como un horno solar o un “biodigestor” casero ofrecen mucho más valor social y esperanza de convivencia que la sofisticación obsolescente de las tecnologías triviales.

Sacar a la tecnología y a la ciencia de la lógica de la acumulación y de la lógica de la guerra constituye un programa decrecentista máximo. Crear iniciativas de conexión y encuentro de experiencias actuales fuera de estas lógicas y estimular la emergencia de nuevas prácticas es una excelente política en el corto plazo. La función traductora y catalizadora de experiencias sociales dispersas que debe asumir el movimiento decrecentista encuentra en la ciencia y las tecnologías plebeyas un terreno fértil para ponerse a prueba.

Artículo publicado originalmente en Decrecimiento.info