Dos desastres en pocos días: la rotura de una balsa conteniendo diversos minerales pesados en Hungría y el choque contra un barco cargado con disolventes en el canal de la Mancha. En el primer caso, se trata de residuos del proceso de fabricación de aluminio y, en el segundo, de una variedad de disolvente y combustible pesado. Es decir, materiales o insumos relacionados con la fabricación de productos industriales, imperfectamente guardados o arriesgadamente transportados.
Nada nuevo que agregar a la larga lista de desastres ecológicos, conocidos o desconocidos. Más de lo mismo y de lo que seguira siempre siendo lo mismo dentro de un modelo productivo que, asentado sobre el riesgo, lo actualiza periódicamente bajo la forma de desastre. El aluminio y los combustibles están en la base de muchos de los "inocentes" productos de consumo cotidianos, aquellos que se entienden como signos de desarrollo y de bienestar. Pero nosotros, los decrecentistas, invertimos la ecuación perversa de la prosperidad: cada envase de refresco, cada automóvil, cada teléfono móvil etc. producido masivamente en las fábricas ubicuas del capitalismo arrogante reposa sobre capas de peligro. No existe el capitalismo verde ni el capitalismo sostenible: su razón y su lógica es siempre depredadora y destructiva. Es urgente desconectar la idea del bienestar de la ideología del desarrollo y el productivismo; cambiar las servidumbres del consumo y las estructuras generadoras del desastre. No hay mucho tiempo.