El discurso ecologista en gran parte ha sido absorbido y colonizado por el productivismo. Su máxima expresión ideológica es el llamado “desarrollo sostenible” que, sucintamente, consiste en mantener las mismas características de las mercancías, sus volúmenes de producción y sus usos pero supuestamente realizados, en algunos de sus procesos, de una manera “verde”. Nace así la ideología de un capitalismo cromático, alegre, responsable, renovable e inocuo para el medio ambiente. No obstante, cualquier análisis mínimamente riguroso del ciclo de los objetos producidos revela inconsistencias en alguna parte del mismo. Ya sea en la producción, distribución, consumo o en la generación de desechos, aparecen agujeros de despilfarro energético y/o contaminación.
Recientemente en un blog dedicado a temas más o menos ecológicos se hace un panegírico al lavavajillas. Los argumentos están supuestamente avalados por estudios técnicos de diversa índole y la conclusión es que el uso del lavavajillas es más eficiente desde el punto de vista del ahorro de agua en relación al lavado a mano y en general amable con el medioambiente.
¿Realmente alguien puede creer que un aparato que ha requerido grandes inversiones en tecnología, instalaciones y transportes; que ha necesitado de enormes cantidades de energía en su fabricación; que ha utilizado extensas estructuras logísticas y de redes de venta, marketing y publicidad para su puesta en el mercado; que probablemente sus materiales tendrán algún grado de toxicidad y que terminará su días en un vertedero, probablemente en África etc., sea inocuo para el medio ambiente y las personas? Hay que tener mucha fe en el capitalismo "verde" y/o estar financiado por las empresas fabricantes para afirmar semejante despropósito. Un lavavajillas es un claro ejemplo de la creación de necesidades a partir del ilusionismo tecnológico, es decir, de la producción de objetos maravillosos y casi mágicos que, aparentemente, vienen a satisfacer importantes requerimientos sociales. Mediante la constante agregación de funciones técnicas supuestamente más avanzadas se estimula la obsolescencia programada de unos modelos por otros.
El lavavajillas es uno de los tantos representante de las tecnologías banales, superfluas y dañinas cuyos fabricantes quieren convencernos que “responden a las necesidades de los consumidores”. ¿Es necesaria tanta sofisticación tecnológica para hacer algo tan sencillo como fregar platos? ¡Por favor! Ahorrar agua lavando a mano es una cuestión de hábitos. Cierre UD. el grifo y utilice barreños. Ahorrar agua, metiendo tecnología en un aparato diseñado para gastarla, es otro de los delirios y contrasentidos del “desarrollo sostenible”.