7 de septiembre de 2010

Obsolescencia y uso decrecentista


La producción en masa y los procesos de acumulación de capital asociados a ella, requieren de la aceleración de los ritmos de generación y consumo de bienes. Dentro de esta lógica, los bienes de uso requieren ser mercantilizados y transformados en objetos de consumo con una alta tasa de rotación. Para ello, es imprescindible programar su obsolescencia, es decir, su deterioro progresivo o repentino. La racionalidad y la inventiva empresarial se aplica a limitar la vida útil de los objetos. Esta es la irracionalidad de la racionalidad capitalista: la inteligencia técnica se vuelca a pensar cómo reducir la duración de lo que se ha fabricado y, con ello, aumentar el volumen total de objetos circulantes. El exceso de ellos, convertidos en basuras después de un breve uso y un alto consumo energético, daña los ecosistemas pero genera sensación de abundancia y progreso. Esta es la perversión infinita de la alianza entre producción y consumo.

Por el contrario, la innovación decrecentista y la inteligencia colectiva que la sustenta, entre otras tareas, debe aplicarse, a pensar en la reducción del número absoluto de objetos circulantes mediante el aumento de la "tasa de uso" de los mismos. El esfuerzo decrecentista no está en el reciclaje sino en la limitación de la producción de objetos efímeros y en el incremento de la duración de los bienes. Se trata de pensar la permanencia y la identificación con los objetos cotidianos que nos rodean para alargar su vida junto a nosotros. El imperativo es ralentizar la producción de objetos banales y efímeros dejando la acción entrópica a la naturaleza y no a los ingenieros. Crear objetos comunitarios, objetos "buenos" y sanos; diseñarlos para que la colectividad "reconozca en ellos sus habilidades y capacidades" no para que proyecte en ellos sus frustraciones.

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