Zara, la marca estrella de la multinacional gallega Inditex, inaugura una macrotienda en Roma. La prensa lo anuncia así: "La tienda número 5.000 y una apuesta decidida por la ecología". Un lujoso palacio ha sido reformado para que "cumpliera con todos los compromisos medioambientales más exigentes para así poder obtener la certificación LEED, el sello estadounidense de arquitectura sostenible".
El problema de Zara con la ecología no está en sus tiendas ubicadas en los centros de los países centrales y en muchos periféricos. El problema está en su modelo de negocio basado en la deslocalización productiva. Su problema no es arquitectónico sino logístico. Su problema reside en su mismo carácter multinacional asentado en un modelo reticular que implica el uso intensivo de todo tipo de transportes a largas distancias. Su modelo de integración vertical, que significa participar de toda la cadena productiva, desde la fabricación a la comercialización, obliga a la elección de los proveedores a partir de un simple criterio de costes. Se distribuyen las mercancías internamente entre sus centros de venta estén donde estén sus centros de producción, guiados por el criterio del menor precio posible, principalmente de la mano de obra, no por criterios ecológicos.
Por otra parte, todo el diseño sostenible de la tienda, ahora emblemática de la marca, está sustentado en complicados sistemas tecnológicos como "monitores que de manera automática controlan los niveles de CO2, la temperatura, humedad, intensidad lumínica y ruido", "detectores de presencia para encendido y apagado de luces según el tránsito", "cortinas de aire con sensores que controlan los grados y reducen la necesidad de refrigeración o calefacción" etcétera etcétera. Como se oberva, se sigue el ya clásico modelo de salvación ecológica mediante la intensificación de artilugios tecnológicos sofisticados sobre los cuales se desconocen sus procesos de fabricación. Pero la valoración de la sostenibilidad de una actividad económica debe hacerse considerando todos los niveles que lo integran. Si no se hace así el maquillaje ecológico final esconde fácilmente las perversiones de la cadena productiva. Se debe revisar la cadena de valor ecológico imbricada en la anterior.
Por otra parte, toda la supuesta intención ecológica de la empresa queda abolida a partir de otro de los pricipios de su modelo de negocio: la obsolescencia programada. Zara inauguró el just in time en el campo de la moda lo cual implica una alta rotación de sus mercancías en perfecta sintonía con las exigencias de una sociedad de consumo globalizada, ávida de novedades superficiales, esta vez en el campo de la indumentaria. Esta alta rotacíon es necesariamente generadora de desperdicios tanto en el polo de la producción como en el del consumo, amén de exigir un gasto energético desorbitado imposible de contrarrestar con ingenuas soluciones como las lámparas Led, utlizadas en la nueva tienda.
Desde una perspectiva decrecentista un modelo como el de Zara es inviable. Representa la peligrosa ideologia de la sostenibilidad, tranquilizadora, seductora y aparentemente eficaz, pero en escencia continuadora de un modelo de vida, producción y consumo depredador y ciego.
11 de diciembre de 2010
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