El movimiento decrecentista, como
se sabe, no se basa en un cuerpo ideológico unificado. Es el
resultado de propuestas, intuiciones, críticas y utopías fraguadas a lo largo
del siglo veinte por diversos autores. Uno de ellos, que no utilizó el término
decrecimiento, pero que anticipó muchos de sus análisis e intuiciones, fue Iván
Illich. Austriaco de nacimiento pero cosmopolita por circunstancias familiares
y políticas; perseguido por ser judío durante los años de la barbarie fascista
y finalmente afincado en Méjico donde en los años sesenta fundó el CIDOC
(Centro Intercultural de Documentación) importante espacio
multidisciplinar que pervivió hasta 1976. Físico, historiador y filósofo,
Illich es conocido por sus estudios críticos sobre educación (“La sociedad
desescolarizada”) pero también por el concepto de “convivencialidad” y sus
críticas a la industrialización y a la tecnología subordinada a ella.
Illich, ya en los años cincuenta y
sesenta, se planteaba una crítica a los excesos del productivismo que ponían en
cuestión la misma viabilidad de la sociedad. “La sociedad puede ser destruida
cuando el futuro crecimiento de la producción en masa convierte el entorno en
hostil, cuando extingue el uso libre de las habilidades naturales de los
miembros de una sociedad, cuando aísla a las personas entre sí y las encierra
en un caparazón artificial, cuando socava el tejido comunitario promoviendo una
polarización social extrema y una especialización desintegradora o cuando una
aceleración cancerosa impone el cambio a un nivel que excluye los precedentes
legales culturales y políticos como directrices formales del comportamiento
presente”, afirmaba Illich.
Para Illich “la superproducción
industrial de un servicio tiene efectos secundarios tan catastróficos y
destructivos como la superproducción de un bien”. Sobre esta idea basa su
teoría de los “umbrales de mutación”. De acuerdo a ésta a partir de un
determinado umbral de desarrollo, un sistema (la educación, la medicina, la
industria etc.) produce precisamente lo contrario de lo que en teoría es su
fin. La medicina, encargada de paliar las nuevas enfermedades para asegurar el
funcionamiento de la “mega máquina productiva”, produce nuevas enfermedades
relacionadas con los tratamientos. El sistema educativo por su parte, encargado
de asegurar la adaptación del hombre a la mega máquina y sus necesidades de
consumo produce automatismos e ignorancia. De la misma manera, la
industria automovilística confundió la buena circulación con la alta velocidad
dificultando y encareciendo la movilidad y esclavizando al ciudadano en
relación al automóvil.
Conviene reeler a Illich.
Conviene reeler a Illich.
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