Esta práctica, junto a otras como la extracción de petróleo en arenas bituminosas , se ha hecho cada vez más habitual y necesaria para la industria energética como consecuencia del progresivo agotamiento de los yacimientos fósiles, lo que las lleva a “explotar filones cada vez más pobres y de difícil extracción”, como señalan en la Asamblea Contra la Fractura Hidráulica de Cantabria.
Las consecuencias medioambientales de estas técnicas son pavorosas. Además del elevadísimo consumo de agua, de los compuestos tóxicos, alergénicos, mutagénicos y cancerígenos que se inyectan, entre el 15% y el 80% del fluido recuperado contiene metales pesados y radiactivos. Los peligros de fuga de estanques, evaporación de fluidos y vertidos son evidentes. Todo esto constituye una amenaza real para el aire, los acuíferos y para todas las formas de vida del entorno, incluyendo a las humanas.
Desde el punto de vista tecnológico no cabe duda que es un éxito, un triunfo de la imaginación y la innovación ingenieril. Lo es también desde el punto de vista de la ambición empresarial. Pero es una derrota ecológica y social. Una expresión de voracidad y agresividad sin límites. O más bien una muestra extrema de la actuación productivista sin conciencia de límites y de desprecio por cualquier principio de precaución. Al igual que sucede con la energía nuclear u otras formas tecnológicas agresivas y avasalladoras resulta a la vez, asombroso, desconcertante y triste que ver cómo el ingenio tecnocientífico se dirige con tanta fuerza a la destrucción de las propias condiciones de posibilidad de la biósfera y, por lo tanto, de sí mismo.
Estas prácticas, literalmente de tierra arrasada, son defendidas como ejemplo de solución a la escasez energética: siempre habrá, se nos dice, posibilidades técnicas para darles respuesta. No nos dicen que lo que se destruyó para obtenerla nunca más se podrá recuperar y que, en general, las famosas “externalidades negativas” de esta industria son obscenas y, por supuesto, no incluidas en la contabilidad de los proyectos. El fracking es una actividad desoladora, que humilla a la naturaleza y la somete a los intereses cortoplacistas de minorías empresariales y tecnocientíficas. El fracking es el enemigo de cualquier idea de racionalidad, convivencialidad y respeto por todos: es una fractura ética.
5 comentarios:
A esto debemos añadir la cada vez mas pequeña tasa de retorno energético. Una vez que llegue a 1, se acabó el fracking. La tecnología no cambia las leyes de la Física. No es solo una fractura ética es un insulto a la mas elemental sensatez.
De acuerdo. Ética y sensatez deberían ser buenas compañeras. A lo mejor por eso que a mí el fracking me pone de mal humor.
He visto tu blog y pondré un enlace hacia él. Un saludo.
Suricato
Echo de menos un adjetivo en la expresión "tasa de retorno". Yo le añadiría "inmediato". Tasa de retorno inmediato. Como en el caso de las bituminosas, la tasa de retorno es levemente positiva porque no se añade la variable tiempo. El perjuicio causado al medio ambiente, a las tierras circundantes, al aire que respiramos debería añadirse a la ecuación y comprobar como los gastos paliativos posteriores, asumidos socialmente, claro, excederán con mucho el posible "beneficio" inmediato.
Por cierto, ¿alguien se atreve a decir todavía que el peak oil queda lejos?
Como siempre, te pido permiso para publicar tu artículo en www.ecolnomia.wordpress.com
Gracias
Es que todas las contabilidades hegemónicas hay que leerlas más por lo que excluyen que por lo que incluyen. La variable tiempo y, por lo tanto responsabilidad por las generaciones futuras (humanas y no humanas,)es la gran ausente de estos cálculos egoistas. Lo del petróleo es una bomba de relojería que ya ha comenzado a hacer "ti-tac".
Publicar un comentario